Todo tiene un principio, y todo tiene un final. Como una tormenta, empieza con el sonido del primer trueno, precedido con el constante desplome de la lluvia. Pero pasado un tiempo, un tiempo de desgaste, de renovación, de inherencia, la tormenta acaba y sale el Sol para revitalizar el lugar.
Esta dinámica se plasma en la arquitectura. Un camino tiene un comienzo y un final. Durante el recorrido se trunca el paseo, se sube, se baja, pero se llega a un destino. El proyecto no es solamente una pieza inerte, sin vida, que se ubica en un entorno sin ningún tipo de sentido. Todo lo contrario, la propuesta debe existir y ser parte de la trayectoria, del recorrido; formando así un todo con la naturaleza y el ser humano. Transmitir paz al visitante, transmitir calma y neutralidad, es el objetivo de un enclave finito. En definitiva, armonizar la vida y la muerte. Volver de donde venimos. Reconciliar la naturaleza con el ser humano y su trayectoria vital mediante la arquitectura es el propósito de RÉQUIEM.
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